miércoles, 1 de agosto de 2007

Noche de miedo


Estamos de nuevo en 1985, un año muy feliz para el cine en general, y para el cine fantástico en particular. De este año surge Noche de miedo otra película de serie B con encanto, y con algo más de presupuesto de lo habitual, realizada para un gran estudio (Columbia) contaba con el entonces reconocido director Tom Holland (director de Muñeco diabólico) y el actor, tristemente fallecido, Roddy McDowall.
Charlie Brewster es el típico adolescente de la época, vive con su madre, una solterona, es un mal estudiante y sus únicas metas en la vida son tirarse a su novia, Amy, y ver cada sábado por la noche el programa Noche de miedo en la tele. Este programa emite viejas glorias del cine de terror, películas hechas aprisa, con montones de fallos de raccord y demás, y todas protagonizadas por el presentador del programa, Peter Vincent, vieja estrella de esas películas.
Pero una noche, mientras ve el programa, Charlie ve a dos hombres entrar un ataúd en la casa vecina, que lleva tiempo vacía. Poco después, descubre que la casa ha sido vendida, y que un extraño tipo la guarda de día, y que una serie de prostitutas entran en ella y solo vuelven a salir en las noticias, como cadáveres. Y finalmente, una noche ve con sus propios ojos a su vecino, Jerry Dandridge (Chris Sarandon), ve sus largas uñas ennegrecidas y los colmillos con los que bebe la sangre de una chica. A partir de entonces, sufrirá una persecución que ni la policía, ni su madre ni su novia Amy creerán, por lo que decide recurrir al experto en el tema, Peter Vincent.
Aunque la película es de adolescentes y para adolescentes, se aleja de los clichés hoy en día habituales, y en lugar de retratar al típico vampiro simpático, Dandridge es siniestro, cruel, decidido a mantener a los intrusos lejos de su territorio.
Tiene las características típicas de vampiros (la luz del sol le repele, al igual que los simbolos religiosos, aunque solo si estos son empuñados con fe, y muere si se le clava una estaca) pero también tiene algunos rasgos distintivos, que coma manzanas constantemente, cuando se supone que los vampiros no pueden comer, que silbe cada vez que entre en la habitación de una víctima, o que frecuente discotecas integrándose en el ambiente.
Es precisamente la escena de la discoteca, donde, mediante un baile hipnótico paraliza y secuestra a Amy, una de las más recordadas de la película: ambiente discotequero, peinados, ropa, música y luces muy de los ochenta... la escena resulta paradigmática en ese sentido.
Competentes actuaciones, un guión sólido, efectos especiales más que correctos y una dirección sobria de Holland (hoy en día perdido en los abismos de películas para televisión) componen una excelente película para pasar el rato, echar unas risas, e incluso en un par de ocasiones, revolvernos en el sofá, presa del mal rollo y la impotencia que sentimos hacia el pobre Charlie. Hubo una secuela, en la que todos los aciertos de esta eran fallos, tan mala e inadecuada que posiblemente, acabe hablando de ella. Para eso estamos.

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